Las acciones que impulsan al personaje principal de una novela abrevan, sin lugar a dudas, en la propia vida del autor, ya sea por la propia experiencia de pisar la tierra o por sus lecturas de otras obras, motivo éste de grandes escritos en muchos casos. Es el caso de aquel hidalgo que, bajo el impulso de las múltiples novelas de caballería, decide escribir una que las haga tropezar a todas. O el de aquel acomodado burgués que, tras codearse con la nobleza más rancia de la Francia de la belle époque, decide administrarse un retiro en su propia alcoba para recuperar aquel tiempo ya perdido en la juventud aventada. La vida y la lectura se avecinan como territorios que se influyen uno al otro, en el dominio poético de la palabra.
En estos días, acabo de leer una novela de la que no puedo desprenderme, quizás porque en su trama haya descubierto – entre otras verdades – hechos que se reconocen en la vida de un héroe a quien la historia puso en situación de penuria, o porque en esa trama que se desarrolla entre el simulacro, el infortunio y la belleza anhelada – o perdida, como en este caso – el protagonista respira su grandeza en un mundo de injusticia maquillado de justicia. Me refiero a “Un lugar sagrado donde cazar” de José Antonio Martínez Climent, una perla de estilo, de lenguaje y de trama que combina a la perfección la historia de vida de su protagonista, el príncipe Sergey Aleksandrovich con el desarrollo de un siglo XX signado por la destrucción del espíritu aristocrático, tanto en la grisácea marea soviética como en la calvinista burguesía norteamericana. Si bien no se trata de un diario personal, la novela asume el deber de custodia de las cartas, reflexiones, impresiones y pensamientos de esta víctima del régimen a quien se obliga a servir en carácter de espía – su dominio de varias lenguas lo acribilla contra el paredón criminal del sistema “revolucionario” – régimen que sólo le provoca repulsa, no sólo porque le ha quitado sus posesiones, sino, y sobre todo, porque le ha quitado su vida, de forma tal que lo ha convertido en un agente de su propia maquinaria de dominación.
Informaba yo que el estilo de la novela merece un análisis detallado de parte del lector gustoso de la buena literatura. Y es que “Un lugar sagrado donde cazar” no vacila en comprometer al lector con la riqueza de nuestra lengua. Lejos de una sintaxis meramente expositiva, el narrador se afianza en un léxico exquisito, cualidad que se sustenta no sólo en el uso de palabras poco habituales en la jerga coloquial, sino también en el matiz semántico, en la delicada y sutil astucia de engarzarlas con sus hermanas de lengua en un detalle que las devuelve a la poesía. Remito al lector a un fragmento, a guisa de ejemplo, ejemplo que permite observar que la elegancia del estilo- una sintaxis extensa y coherente a la vez – se desarrolla desde un interior personal hacia lo exterior, con esa magia que el narrador se permite toda vez que su seguridad en el dominio de la lengua lo demuestra autor:
“El capricho tiene sus propias leyes, de las que el hombre es ignorante. Todo esfuerzo de la voluntad, aunque sea conducido por una apabullante naturalidad, queda reducido a volátiles cenizas cuando el naipe se derrumba; no siempre de manera dolorosa, pero inevitablemente devastadora con respecto a nuestras reales posibilidades de dominio. Es por eso que ahora, tras una pausa de medio minuto con la pantalla en negro, una voz inusualmente aguda me reclama desde el fondo de un largo pasillo puntuado por lámparas tudor y trofeos de caza. Un perfume algo denso, pero no demasiado, ha quedado prendido en el aire del vestidor donde, con principesca dedicación, aunque sin la asistencia de un barbero, me cepillo y me vuelvo a cepillar un peinado perfectamente cepillado.”
La historia de un siglo demasiado atribulado por las locuras del racionalismo se hace presente en la novela entre recursos de máscaras. No es dable la simple cita, la copia de manual al modo de una novela realista o el llano panfleto ideológico. Martínez Climent exige un lector activo, a quien le ofrece un bocado de cardenal, no la papilla soporífera de una trama acorde con los titulares de un noticiero. La belleza que suscita una frase, o el doble aspecto de un personaje que se arrebuja en la hipócrita actuación de lo esperable, se explaya en la novela como un recurso estético que deja fluir – en orden, eso sí- la vital actitud de un personaje a quien se lo ha arrojado de su patria, entendiendo este último vocablo como un mundo irrecuperable. En consonancia con ello, no puedo menos que subrayar – y con ello avalar – las palabras que en el prólogo desliza Sacramento Jaraba Jurado, y que resumen toda una poética del texto:
“no hace concesiones al estilo plano, telegráfico, anglosajón, que caracteriza a la mayoría de los escritores españoles de hoy en día, como si tuvieran la obligación de escribir novelas a base de juntar haikus, lemas, titulares, versos, consignas ideológicas o edificantes… Muy al contrario, el lector se enfrenta a un libro exigente.”
Para concluir esta breve invitación a la lectura, y sin que ello signifique un resumen de pizarra de una clase didáctica para uso de párvulos, me permito un atisbo de reflexión sobre el título: el lector podrá – y ese es su mayor derecho – interpretarlo como su naturaleza le indique, sin embargo, en mi fuero interno “Un lugar sagrado donde cazar” remite a la geografía de un sitio, sí, pero, ante todo, a un espacio interior, a lo que se ha recibido como legado, ese legado que le ha sido arrebatado y que se mantiene incólume en el tesoro de la memoria. De allí su carácter sagrado. Más que transparente coto de caza, el cincel de la memoria custodia la belleza perdida, aquella que ningún sistema político arrebata totalmente, porque en el profundo arcón de lo imperdible se halla la magia de la más grande reacción contra la fealdad imperante. La nobleza, como custodia de todo legado, tiene su héroe en este príncipe, a quien maniatan con el ejercicio del terror de ese régimen atroz que buscó cortar la cabeza de todo lo sublime. Coincido plenamente con Sacramento Jaraba Jurado: el lector se enfrenta a un libro exigente. Pero por sobre todo, un lugar sagrado de belleza.